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Nosotros, los humanos


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Quizás lo primero que un ser humano debe tener presente es que su existencia tiene fin. Además, el tiempo de vida no es largo. Como diría mi amigo el poeta Luis Suardíaz, todo lo que tiene fin es breve.

Otro elemento fundamental es no olvidar que somos seres sociales, además de biológicos. Gracias a la vida en sociedad es que somos lo que somos. El nivel de desarrollo, de progreso cultural de la sociedad en la que vivimos nos va conformando.

Está muy claro que no es igual nacer en el seno de una tribu indígena en el Amazonas que nacer en la ciudad de París. O haber nacido hace mil años que ahora.

La sociedad nos da el lenguaje y, con él, el pensamiento abstracto. Con la instrucción escolar vamos adquiriendo los conocimientos alcanzados por la humanidad que nos ha precedido y nos preparamos para desempeñar un papel en el mundo.

Con respecto a lo anterior, corresponde a cada individuo darle un sentido propio a su vida dentro del conjunto social del que forma parte. A mayor grado de civilización y cultura, mayores y más variadas son las opciones.

Hay dos ideas de José Martí que deseo recordar en este punto.

La primera es aquella de que todo ser humano, al venir a la Tierra, tiene el derecho a que se le eduque y después, en pago, el deber de contribuir a la educación de los demás. Y es que la educación es el hilo que enhebra el pasado con el presente y este último con el futuro. Ella es el vehículo de la continuidad y el cambio de la humanidad.

La otra idea es la de no estar torpemente vivo, sino entender una misión en la vida y dedicarse a ella ennobleciéndola. Y esto puede aplicarse a las distintas opciones de la forma en la que podemos actuar dentro de la sociedad. Como todos los seres humanos, independientemente de nuestros rasgos comunes, somos diferentes, tanto física como intelectualmente. Hay que procurar que nuestra inclusión social ocurra en algo acorde con nuestras capacidades y posibilidades. Todos no servimos para todo, pero todos servimos para algo. No para todas las cosas, pero sí para varias cosas. Ya desde el poema épico griego clásico, La Ilíada, se dice que los dioses no dan todos los dones al mismo tiempo ni a un solo hombre todas las virtudes.

Todo trabajo o actividad que sea beneficiosa para la sociedad es una misión para ennoblecer. La sociedad necesita tanto agricultores, constructores y artesanos, como médicos, maestros y policías. Se necesitan profesiones y oficios, personas que produzcan bienes materiales o espirituales, que ofrezcan bienes o servicios a los demás.

Lo que sí es importante es realizar del mejor modo posible lo que hacemos porque si todos hacemos lo mejor, todos tendremos lo mejor.

Un elemento esencial que no debe faltar en nuestra comprensión de la sociedad es que solamente el trabajo es lo que permite la subsistencia y el continuo desarrollo de la humanidad. El trabajo, al que van asociados el estudio y la investigación que, a base de hipótesis, pruebas y errores, va conformando los aciertos que nos van volviendo más desarrollados. Sin lo anterior, el animal que somos estaría en sus condiciones primitivas.

Como la vida es breve y posee aspectos muy hermosos y agradables, hay que cultivar existencias armoniosas que proporcionen alegrías y disfrutes materiales y espirituales. Para ello, las relaciones entre los individuos necesitan basarse en principios y normas convenientes para todos. El respeto mutuo es indispensable y el procurar que las relaciones sean afectuosas, solidarias, sin abusos ni violencia.

Crear un ser humano superior, menos pegado a su base animal, y más cercano a su potencial espiritual es tarea de primer orden. Esa fue una preocupación primordial para el Che, arquetipo él mismo de un hombre mejor.

Todavía vivimos en un mundo de guerras, de abuso de los más poderosos contra los más débiles. No hemos salido de nuestra prehistoria, para decirlo en términos del gusto de dos nobles pensadores y luchadores del siglo XIX: Carlos Marx y Federico Engels.

El mundo contemporáneo es muy desigual. Coexisten la comunidad primitiva, el feudalismo, el capitalismo y los intentos por crear un mundo más justo como soñaron los pensadores socialistas del pasado. La base de las desigualdades sigue siendo la economía, el afán de acumular riquezas de cualquier manera para satisfacer la avaricia y el egoísmo.

Los que dominan la economía, dominan la política y el arma contemporánea más poderosa: los medios de comunicación e información. El dominio de esos medios les permite justificar y glorificar el sistema que les favorece y satanizar a toda voz que disienta. Ellos también manejan el complejo militar con sus industrias y las fuerzas armadas que los defienden. No menos importante: ellos hacen las leyes a su imagen y semejanza y controlan también el poder judicial.

Las circunstancias anteriores han de tenerse en cuenta para la orientación de nuestra conducta. Es un viejo dilema: o con los opresores o con los oprimidos, con los ricos o los pobres.  En sus Versos Sencillos dice Martí que con los pobres de la tierra quería echar su suerte. Y así lo hizo.

Otra experiencia a tener en cuenta, porque lo es de las fuerzas que han luchado en el mundo por lograr una sociedad más justa, por un mundo mejor, son las tentaciones y deformaciones que puede traer el uso continuado del poder, que crea el hábito de mandar y mirar desde arriba. Las deformaciones del culto a la personalidad de los líderes costaron caro a países importantes que abogaban por una sociedad socialista. Nosotros mismos hemos tenido que enfrentar lamentables casos de personas en altos mandos que hubo que llevar a los tribunales por corrupción y por graves delitos. Ellos fueron sancionados severamente. A partir de esas experiencias el compañero Fidel advirtió, desde el Aula Magna de la Universidad de La Habana, hace ya once años, que los propios revolucionarios podíamos destruir la Revolución.

En ese sentido previsor se orienta el acuerdo de la más alta instancia del Partido Comunista de Cuba de limitar a sólo dos períodos la ocupación de los más altos cargos del país por una persona. Esta práctica la adoptó con éxito el Partido Comunista Chino hace ya treinta y seis años.

El poder popular tiene que ser ejercido de manera permanente. No basta con elegir a nuestros representantes para el gobierno, sino apoyarlos y fiscalizarlos para que se mantenga la necesaria armonía entre dirigentes y dirigidos.

Todo esto implica que ser ciudadano de una república es condición de mucha responsabilidad.

Nadie en su sano juicio puede objetar nuestro deseo de que el país en el que vivimos pueda ser de todos y para el bien de todos. Cada cual debe aportar lo mejor de sí y recibir de la sociedad un reconocimiento proporcional a su aporte a ella.

Dar a toda igualdad de oportunidades y que sea el mérito lo que se imponga. Claro está que esa regla tiene excepciones que deben recibir una atención diferenciada: los niños, los ancianos, los discapacitados, los enfermos.

Para lograr esa sociedad sin discriminaciones injustas se necesita que la familia, la escuela y la sociedad en su conjunto –muy en especial los medios de comunicación masivos-, trabajen concertadamente.

Debe recordarse que los derechos humanos son el anverso de los deberes humanos. Ambos han de marchar unidos. Demandar el respeto a nuestros derechos y exigirnos el respeto al derecho de los demás. Cumplir con nuestros deberes y demandar a los otros que cumplan los suyos. Todo esto se logra definiendo principios y elaborando leyes a las que hay que dotar de un brazo ejecutor, de tribunales y policía.

Que los deseos de confrontación se realicen en campos civilizados como los deportes y las bellas artes. Que la competencia se haga de manera sana y gane el mejor preparado, el más fuerte o el más hábil, pero con un sentido lúdico y no destructivo ni criminal.

Nuestra vida individual es un regalo y no una penitencia. Es cierto que al nacer ya tenemos garantizada nuestra muerte. Pero la posibilidad de ser parte de la experiencia de la vida es algo formidable. La vida toda es un gran misterio, es un gran milagro y somos parte de él, no importa por cuanto tiempo. Nuestra mente y nuestro cuerpo son nuestras herramientas para ser. Hay que cuidar ambas, no dañarlas con drogas aniquiladoras y embrutecedoras, con estilos de vida que nos afecten y disminuyan.

Ha de vivirse cada día con la mayor plenitud posible, como si fuera el día último. Y hacerlo de manera que no nos queden remordimientos por haber actuado negativamente. Intentar hacer el bien siempre es una buena guía. Aunque no lo logremos.

El Buda proponía un pensamiento correcto, un lenguaje correcto y una acción correcta y Jesús insistía, ama a tu prójimo como a ti mismo. Dos seres nobles que los milenios no borran ni hacen desaparecer. Las ideas nobles se resisten a la muerte y al olvido.

Si la cultura es el conjunto de bienes materiales y espirituales que produce la humanidad, tomar lo mejor de ella, lo que sirve y salva, nos ayudará en nuestro tránsito por la fabulosa experiencia de la vida. Apueste a ser feliz. Juegue a serlo.

Lo feo existe para resaltar lo bello; la tristeza, para que brote la alegría. La vida es unidad y lucha de contrarios. Así se mueve, ascendiendo, cada vez, a un plano superior. Sobre el fango del pantano crece, limpia y hermosa, la flor de loto, el nenúfar. He ahí un símbolo, una enseñaza magistral para los seres humanos.


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