María Victoria: “Entre dos Aguas”


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María Victoria, una rosa,
De música campesina,
Que a la sombra de Celina,
Cultivó Mercedes Sosa.
Canta de forma gloriosa,
A los seres celestiales,
Que van curando los males,
Que asedian los corazones,
Cuando elevan oraciones,
De esperanza los mortales.


Un emigrante de Islas Canarias, región que tiene tanto que ver en el carácter del cubano, quizás mitigando la añoranza de su tierra por una parte y por la otra celebrando la felicidad por la vida en esta, la que escogió para vivir, optó por el laúd y la música campesina para expresar sus sentimientos. Sus hijos crecieron en ese entorno sonoro de décimas y tonadas, donde algunos en la familia tocaron el laúd, otros aprendieron a hacer poesía y una hija se convirtió en una excelente cantante profesional del género: Merceditas Sosa, que cuando nació su niña a quien puso María Victoria, le supo transmitir la hermosa herencia de su familia, de allá por Güira de Melena, aunque ya vivían en La Habana.

María Victoria Rodríguez Sosa, nació en El Vedado, barrio citadino por excelencia, pero ya tenía en sus venas la herencia guajira, por suerte para todos nosotros y de la mano de su madre, aprendió el arte de cantar entre lo mejor y más florido del género, donde mostró sus dotes que impresionaron a todos, pues cantó en programas siendo tan pequeña que había que ponerle una silla o un banco para alcanzar el micrófono, hazaña que provocaba una impresión positiva a todos las personas que la veían, entre ellas, La Reina de los Campos de Cuba, la gran Celina González.

Ya desde los diez años, comienza a componer con la elegancia propia de la cuarteta y la espinela, tesoro que tenemos la suerte de mantener aún en nuestros campos y cuando cumple sus quince, entra en la Escuela Nacional de Instructores de Arte, donde se realiza un casting para cantantes de música campesina y María Victoria, más que conocedora, prácticamente hija legítima del género, con su voz limpia y poderosa como un clarín mambí, clasifica con comodidad.

A los dieciocho años ya es profesional y llama la atención por sus cualidades vocales y fuerza expresiva. María Victoria ha ido desarrollando una carrera con constancia y dedicación, al punto que Celina, públicamente la declara su heredera, lo que en el mundo de la música campesina reviste el honor de ser proclamada Princesa. Ya con el reconocido tresero, autor y arreglista Pancho Amat, también de Güira de Melena, conquista un Gran  Premio Cubadisco con el fonograma Mis Raíces, un bello disco que retrata la sensibilidad del verso y el jolgorio de la fiesta guajira y ahora, nos presenta este fonograma dedicado  a la espiritualidad de nuestros campesinos, que va desde la magnificencia de los altares católicos, a la herencia africana de la Regla de Ocha y el Palo de Monte con el toque espiritista tan propio de los campos cubanos, lo que convierte esta obra en un hermoso homenaje a la liturgia que representa la Fe mayoritaria del pueblo de Cuba.

Desde el mismo comienzo del disco, la magia de su voz y su fuerza expresiva nos va dibujando a las figuras divinas que viven en cada canción, y si cerramos los ojos, nos sentimos en El Monte, el de Lidia Cabrera, donde viven los Orishas y nos lo imaginamos tal y como lo hizo el diseñador Ricardo Monnar, en la bella portada que sitúa a María Victoria en el arroyo transparente de la espesura donde Ochún, adornada de su amarillo dorado se acicala para provocar a Changó el guerrero, mientras que a través del azul de su divisa late la presencia de Yemayá la poderosa, la Señora de los Mares.

Las piezas musicales recogidas en esta obra, tienen el mérito de ser una prueba fehaciente de la capacidad de Celina, desde la época del dúo glorioso con Reutilio y posteriormente con Lazarito, de alegrar el alma a aquellos que la fueron queriendo cuando la fueron conociendo tanto en Cuba como en otros países, premio a un carácter que se mantuvo fiel a sus raíces y a su filiación religiosa que jamás negó y ahora María Victoria realza esas canciones de Celina o interpretadas por ella y agrega algunas de su propia cosecha, reafirmando que la tradición se mantiene, actualiza e incrementa cuando se expresa de forma legítima. La oración a las entidades religiosas con el sonido de la fiesta guajira, es una combinación que para los creyentes significa una bella forma de rogarles a los santos, no importa bajo qué nombre, porque Ochún y La Caridad del Cobre; Yemayá y La Virgen de Regla; Eleggua y El Niño de Atocha; Obbatalá y Las Mercedes; Orula y San Francisco de Asís, son hermanos en la necesidad del ser humano de pedir amparo y consuelo en situaciones terribles en que a veces nos pone la vida, mientras que para los no creyentes el hecho artístico, la excelencia de los músicos, la tradición y la emoción con que canta la maravillosa voz de María Victoria, también constituye un regalo para el alma.

Por eso creo que éste es un disco importante en más de un sentido, bien concebido, con lograda producción de José Manuel García y sonido acabado por una eficiente labor de dirección musical de Israel “Pacheco” Álvarez y la grabación del técnico Daniel Legón, que queda a la altura de nuestra leyenda musical y realza un tema que siempre se ha tratado y debe seguirse tratando en las canciones, sobre las creencias espirituales de los cubanos.

Y en cuanto a María Victoria, las felicitaciones y el aplauso merecido. Maferefum tu talento, Aché para tu carrera y que “Santa Celina de los Guajiros”, la que ya llegó a la inmortalidad, nunca te niegue su protección y amparo.

En este fonograma nos ofrece 16 temas, ellos son: Sirena, Entre dos aguas (que da nombre al disco), El hijo de Eleggua, El Rey del mundo, Babalú Ayé, María de la Caridad, A la Reina del mar, María de la luz, Oya, Una fiesta santera, Las Mercedes, A la Caridad del Cobre, Flores para tu altar, Tambores africanos, A la Virgen del Carmen y Santa Bárbara.


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