Como se sabe, un género literario como es el Cuento, se ha descrito casi siempre como una breve narración de gran actividad dramática, al limitarse a un conflicto, su crisis y desenlace. Unidad, intensidad y brevedad le caracterizan a lo cual se suman el ambiente (natural o social) y su acción con la acción y los personajes; el argumento o forma en que se desarrolla y en que se unen entre sí los episodios; su forma o estilo lingüístico, y los puntos de vista del narrador respecto al espacio y tiempo.
Es en estos valores en que radica la excelencia de La Edad de la Presbicia (1), título distinguido con Primera Mención del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2014, y presentado durante la XXIV Feria Internacional del Libro de La Habana.
La obra reúne trece cuentos; doce de ellos propuestos desde un punto de vista femenino y, solo uno, desde el masculino. Selección realizada deliberadamente con el objetivo de que a la hora de plantear la narración, esa interese en lo esencial a la mirada femenina. Así, en los primeros, priva algo esencial: la incomunicación, el desencanto, la soledad y la traición. En esas narraciones no hallaremos ni héroes ni heroínas, tan sólo personajes al borde de la desesperación “aunque no desesperados, sí incluidos en situaciones límites, al ser personajes que no llegan a perder la calma como tampoco el control”. Pero existe tan solo uno, Ignaciosiempre, donde la escritora rememora los duros tiempos de las dictaduras militares en su país, a partir de la narración de un hecho real acontecido en la escuela secundaria donde estudió y fue apresado su profesor de la cátedra de Literatura, Luis Oscar Lacoste —en el relato con el nombre de Ignacio Estrella—, el 14 de octubre de 1977.
“(…) Ignacio Estrella en la clase, sentado en el escritorio bajo la claridad que llegaba desde el patio. Ese patio de baldosas rojas, que se extendía bajo la ventana y descansaba en silencio hasta el próximo recreo, de pronto se estremeció bajo los borceguíes. Los percibí apenas antes de que se detuvieran en la puerta del aula y la abrieran de una patada. Creo que eran cinco o seis hombres (…) Yo no sabía qué hacer. Me puse las manos en la nuca primero y, después, me tiré al piso con los codos de punta. Pero no podía dejar de mirar. Mi compañero de banco, que también espiaba, recibió una patada en la nuca y después dos borceguíes caminaron por su espalda. Ya no miré, solo escuchaba.
(…) Vos, maestrito, paráte. Te venís de paseo con nosotros. La puta que te parió. Subversivo de mierda. Te voy hacer tragar los libros por el culo…
Recuerdo esa fecha, también sus ojos y, desde entonces, me pregunto si los habrá cerrado debajo de aquella capucha. Pero de lo que estoy segura es de que él jamás hubiera admitido esa palabra: desaparecido (…) El cierre de un texto se marca con un punto, nos dictaba. Lo que no nos dijo es cómo se cierra una historia cuando no termina. Como ésta, en donde el único final posible sería que en realidad no hubiera sucedido”.
Elisabet Jorge destaca al periódico digital Cubarte que “En la Argentina los grandes maestros influyentes son grandes cuentistas, y de ahí mi inclinación al género Cuento desde muy joven como lectora y, por supuesto, desde niña cuando estudiaba en la escuela primaria. Los cuentos que escribo diría que siguen en lo fundamental una línea existencialista, muy personal.”
Nacida en 1958, en la ciudad bonaerense de Lobos, esta escritora argentina confiesa que aunque su profesión es la rehabilitación –técnica en rehabilitación hospitalaria--, “mi pasión verdadera siempre ha estado en la escritura, y para perfeccionarla decidí acercarme al maestro Vicente Batista —escritor de gran oficio y generosidad—, y con él he aprendido todo lo relacionado con la preparación de una obra literaria. Algo que considero realmente bastante duro.”
“Por otra parte, una página terrible de la historia argentina que ha trascendido y marcado a mi generación fueron los tiempos de las dictaduras militares en mi país. Producto de ello es el cuento Ignaciosiempre, incluido en este libro y basado en una historia real, en el que rindo homenaje a mi profesor de Literatura, Luis Oscar Lacoste, asesinado por los militares fascistas.
¿Satisfacciones? Muchas, en especial en esta bella capital cubana, donde conocí en esta ocasión a un gran escritor Roberto Fernández Retamar, presidente de la Casa de las Américas, y a quien tanto a él y a esa institución debemos todos los latinoamericanos por el desarrollo y promoción de nuestras raíces culturales.
Recuerdo mi primera visita a esta Isla en el 2002, en mis funciones como rehabilitadora, y conocí acerca de la experiencia cubana en este oficio en algunos de sus centros hospitalarios. Pero, tal vez, la primera vez que visité Cuba fue en sueños, cuando alguien me mostró en 1969 el Diario del Che en Bolivia. El estar y conocer Cuba se funde con una emoción muy grande y con un sentimiento de amor y solidaridad”.
Nota
(1) Jorge, Elisabet: La Edad de la Presbicia, Ediciones Del Dock. Buenos Aires, Argentina, 2014.
Elisabet Jorge nació en Lobos, provincia de Buenos Aires, en 1958. En 2007 fue seleccionada por la Facultad de Filosofía y Letras, para la Antología Yo te cuento Buenos Aires. En 2008 obtuvo el Segundo Premio género Cuento, en el Tercer Concurso Internacional de Relatos de la Fundación Tres Pinos, con el cuento Ajedrez, incluido en el volumen La Edad de la Presbicia. En el 2011, obtuvo el Primer Premio con el cuento Palabras Cruzadas y, en el 2014, Primera Mención en el XIII Festival Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, del Instituto Cubano del Libro, la Casa de las Américas, la Secretaría de Cultura de la Nación Argentina y la Fundación ALIA, con el cuento Ignaciosiempre.
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